El ejercito oro estaba acampando en las colinas adyacentes a la ciudad a placer. No tenían efectivos como para plantarles cara a campo abierto.
El mapa no iba a cambiar por más que lo mirase.
- ¿Me habéis hecho llamar señor?
- Pasad Draden.
Daverloth levantó la vista y se encontró con el fornido Suboficial. A su lado el hombre de ébano le dedico una mirada poco amigable. Draden siempre se crispaba cuando ese engendro estaba cerca.
La conversación fue cercenada por un súbito temblor acompañado de un fortísimo estruendo. El dunedain se aferró al marco de la puerta, más por precaución que por necesidad. Oficial y suboficial se miraron con el miedo del desconocimiento. El suelo no paraba de temblar y entonces escucharon la señal de alarma. Aunque no era el toque de asalto enemigo.
Fue entonces cuando el hombre de ébano profirió un grito de pura agonía. Caía de rodillas aferrándose la cara y maldiciendo en una lengua oscura y extraña. Daverloth y Draden empezaron a retroceder. Las espadas empezaban a salir de las vainas mientras seguían retrocediendo.
- A mí la guardia – Volvió a repetirlo con mucha mas fuerza. – A MI LA GUARDIA.
El demonio se reincorporó y los miró a ambos.
- Ha caído. Al fin ha caído…
¿Quién había caido? ¿Qué le pasaba a ese…? Estaba cambiando de forma, se estaba tornado en una sombra oscura, pestilente…
- Me voy a llevar tu apestosa alma Daverloth, eres un asesino y un mentiroso…
La guardia llegó justo a tiempo para poner un muro de picas entre Daverloth y el demonio. No hubo piedad para nadie. El demonio arremetió con fuerza contra el muro de puas. Los soldados temblorosos no solo luchaban contra un enemigo feroz, un miedo terrible atenazaba sus corazones. Draden sintió como le temblaban las piernas pero hizo frente a la bestia. Se abrió paso para encararse con el dunedain. El fornido suboficial se parapetó tras el escudo para salir volando y aterrizar con la espalda contra la pared. Le había golpeado sin piedad, era como si un caballo de guerra le hubiese dado una sebera coz.
Mientras Daverloth ya frente al demonio se protegía con una guardia extraña. Tres piqueros acertaron a la bestia desde sus dos flancos ensartándola con violencia. La bestia volvió a arremeter y partió las lanzas. Ese ligero freno le dio la oportunidad a Daverloth para esquivar a la bestia y propinarle un sablazo en el tendón de Aquiles. La bestia gritó de dolor.
Draven se recompuso, su escudo de acero tenía una abolladura del tamaño de una cabeza de maza en el centro, agrietando el metal justo en el impacto. El brazo le ardía, no sabía si aguantaría otro golpe así.
Se levantó y se encaminó a por ese demonio, volvió a sentir esa debilidad en las piernas. Cargó como pudo contra él.
La lucha fue encarnizada, el demonio había liquidado a siete hombres y alcanzado a daverloth en el brazo izquierdo. Al final y tras otros cuatro hombres más muertos el demonio caía abatido.
¿Qué diablos ha pasado? Era la pregunta que todos querían hacer al oficial pero ninguno hizo.
-recoged todo esto. Quedad los cadáveres. Tú ven conmigo. Tienes que encargarte de un asunto.- en su despacho y con la puerta cerrada.- Como sabrás, mañana se reclutara entre la población civil a todo hombre capaz de portar armas. Quiero que vayas a la sastrería y le digas a la banda del sastre que quiero verlos inmediatamente.
Si te preguntan el motivo les dices que Daverloth quiere verlos. Y que no es una invitación, es una obligación. Llévate a cuantos hombres necesites. Procura no perder ninguno más, esta noche ya hemos perdido a demasiados buenos hombres.